sábado, 26 de diciembre de 2009

Muerte al Amanecer.

Inspirado por la batalla de hoy: Eldars vs Guardia Imperial.

El sargento Taiar de la escuadra II del I pelotón de las FDP de Anthea permanecía atento del horizonte, vigilando cualquier movimientos sospechoso a través de sus magnoculares, que sostenía con ambas manos, apoyando los codos sobre la balaustrada de la catedral del Águila. Él y sus hombres permanecían en sus puestos, tal y como el general Kenan había ordenado.
Lo que tenía ante él no era más que un panorama realmente desolador. Lo que antes había sido el santo complejo de Miosech ahora no era más que un conjunto de ruinas que apuntaban al cielo rojizo del planetoide Gosorn, que se encontraba a unos dos años luz de Anthea. La población de Miosech, consistente principalmente en personal religioso y sus servidores, habían tenido que huir cuando los Eldars habían decidido atacarles con una eficiencia refinada, pero al mismo tiempo brutal. Rápidamente, la señal de aviso llegó al cuartel general y se organizó una expedición punitiva. La maquinaria militar del Imperio en Gosorn solía estar muy por debajo del potencial de cualquier otro satélite o estación minera en el sistema, pero la guerra había conllevado un aumento exponencial de las defensas en cualquier punto que tuviese la más mínima relevancia estratégica. Según la ordenanza general del alto mando, representado por el Joven Duque, se debía evitar cualquier tipo de facilidad que permitiera al enemigo poder sorprender al grueso de las tropas que se encontraban en los combates más encarnizados, y si eso requería un esfuerzo superior desde el punto de vista logístico, se efectuaría sin miramientos. Ya fueran piratas o alguna forma de invasión xenos, la respuesta del Imperio debía ser brutal y despiadada ante cualquier nueva amenaza.
El general Kenaz, encargado de organizar la defensa de Gosorn se encontraba reunido con su escuadrón de mando, en la nave principal de la catedral. Las grandes losas del suelo de mármol negro habían cedido por el bombardeo enemigo, y los técnicos habían decidido que sería un buen lugar para poder seguir las hostilidades desde una relativa seguridad. Por encima de su posición, las escuadras de guardias imperiales se encontraban afianzando su armamento pesado y distribuyéndose, adoptando posiciones de disparo desde las almenas y demás aberturas en el muro del recinto sagrado.
El ruido de las pesadas orugas anunció a las tropas la llegada del apoyo pesado. Dos tanques pesados tomaron posiciones en lo que antaño tuvo que ser la plaza frente a la catedral. Un enorme Vanquisher, en el que se encontraba el habilidoso teniente de tanques Zhyk, aplastó bajo su peso los escombros y las últimas losetas de granito que permanecían intactas, seguido de cerca por un Lemman Russ estándar. Al mismo tiempo, un tanque Medusa, especializado en demolición de asedio, se adentró en el interior de la catedral, asentándose a unos veinte metros del lugar donde se encontraba Kenaz.
Un joven oficial se presentó al general.
-Señor general, se presenta el oficial Stauppen.- Su marcialidad, en otro momento, podría haber sido motivo de risas para parte de la oficialidad que acompañaba a Kenaz, pero la tensión de la próxima batalla no lo permitía.- Las tropas de reserva se encuentran en camino. Hemos tenido problemas por el camino.- Kenaz se imaginó que seguramente, los Eldars habían estado hostigando a sus refuerzos por el camino y eso les obligaría a iniciar la batalla sin esos apoyos tan necesarios.
-Bien, oficial, puede retirarse a su posición. Que le informe el segundo Etiay.- Se volvió sobre sus pasos, dando la espalda a Stauppen, mientras el maestro artillero Morlir, un hombre de semblante adusto y calvo al que le atravesaba una cicatriz toda la cara, se dirigió a él.
-Mi general, la estación defensiva se encuentra preparada para las indicaciones. Nada más aparezca esa escoria xenos, la destruiré. Lo juro por el Emperador.- Kenaz se quedó mirándole y esbozó una sonrisa lacónica. Después, miro al resto de sus oficiales superiores.
-Espero que el Emperador esté con nosotros. Los Eldars son escurridizos.
………
Dynenth, exarca de los Escorpiones Asesinos se deshizo del último monkeigh. Éste intentó abatirle usando el ridículo cuchillo acoplado al extremo de su arma láser hasta que la pinza escorpión rompió su espalda con un gesto rápido. Después, miró al resto de su escuadra, contemplando cómo sus hermanos de combate habían despachado con frialdad al retén de vigilancia que los humanos habían destacado a poca distancia de donde sus mandos permanecían. Con gestos rápidos, precisos y calculados, Dynenth escaló la ondulación del terreno y se desplazó por entre el barrizal hasta dejarse caer por la orilla de un arroyo improvisado por la lluvia de días previos. Siguiendo esa ruta, él y sus escorpiones podrían llegar hasta el objetivo sin ser vistos ni detectados. El doble sol de Caladan se ponía y la luna de Gorsnor se aparecía ante sus ojos, dejando caer su luz de matices verdosos sobre la catedral del Águila, y allí las figuras de Zenak y sus oficiales.
………
-Por el Emperador y su Luz…¿qué diablos es eso? Abran fuego a mi orden, soldados.- Dijo el oficial Stauppen cuando desde el otro lado del campo de batalla, dibujándose como por arte de magia, las figuras fantasmales del enemigo tomaron forma. Se movían rápidamente, ocultándose en la noche. Las primeras salvas de fuego fueron vomitadas desde la línea de combate imperial. Las balas atravesaban el aire con un grito de muerte que ponía espanto, mientras que los cañones de los blindados cantaban con estruendo. Pero nada de aquello había atraído tanto la atención de Stauppen como la terrible figura de llamas que avanzaba sin temor por el centro del campo de batalla. Parecía hecha de magma, y su armadura, de un diseño barroco, estaba al rojo vivo.
-Soldados del pelotón III, permanezcan en sus puestos. El Emperador observa.- Fue la orden del comisario Vereng, quien se adelantó ante la visión del enemigo a neutralizar el temor de los soldados.
-¡Fuego!- A su señal, el bólter pesado de escuadra de mando vomitó fuego sobre el lugar donde se encontraban los xenos. Mientras tanto, la figura de fuego que vio antes seguía intacta a pesar de haber recibido varios impactos de cañón láser sin daño alguno.
Mientras tanto, el sargento Taiar había decidido avanzar y reposicionarse entre los restos de la plaza, al amparo de los blindados. Mientras, la segunda escuadra de su pelotón también había hecho lo mismo, vigilando el flanco de su oficial al mismo tiempo que el avance enemigo. Con sus magnoculares, Taiar se tiró al suelo y observó al enemigo usando la visión nocturna. Un gravítico de extraño diseño surcó el aire de forma elegante, pero mortífera, usando las ruinas como cobertura. Se acercaba peligrosamente a su posición.
-Permaneced atentos, chicos. Eso no me da buena espina.- Ordenó Taiar cuando el sonido de los reactores de un Valkiria se hicieron notar ochocientos metros por encima de él. Miró hacia allí y pudo comprobar cómo las mochilas gravitatorias de las tropas de asalto se abrían. En pocos segundos, las tropas de asalto habían tomado una antigua dependencia a unos quinientos metros de donde él se encontraba.
Una columna de fuego apareció de repente. Iluminando el cielo, cayó en algún punto situado en el frente enemigo, levantando la tierra una decena de metros. Pudo ver cómo algunos alienígenas perecían mientras el resplandor de la explosión los iluminaba. Después se dirigió a Morlir, indicándole por señas que la estación abriese fuego al Avatar, el demonio eldar que avanzaba sin impedimentos por el centro del campo de batalla. Sin embargo, aunque el siguiente impacto no dio exactamente en el objetivo, destruyó a la escolta de aquella abominación, una criatura alta y delgada hecha de hueso que fue destruida cuando un nuevo rayo procedente de la exosfera de Gorsnos impactó de lleno en ella. Parecía que la situación estaba controlada, pensó Kenan, cuando una bola anaranjada y resplandeciente se levantaba a unos cien metros de la puerta principal de la catedral. Los soldados que se habían dispuesto en los muros del templo tuvieron que ponerse a cubierto cuando los restos del blindaje del Lemman Russ sobrevolaron sus cabezas.- ¿De dónde ha salido eso? Vocoperador, póngame con el oficial Stauppen. ¡Rápido!
La estática era ensordecedora, y el técnico de telecomunicaciones tuvo que dar lo mejor de sí para lograr un enlace sonoro con el oficial. El sonido del tanque Medusa abriendo fuego continuamente no ayudaba a mejorar la calidad del sonido. Con un ataque de furia, Kenan cogió los cascos del vocoperador y se los colocó.
-Oficial Stauppen. ¿Qué demonios ha ocurrido?.- La voz del oficial sonaba crepitante, repleta de adrenalina y terror. Unos segundos más tarde, resonó la voz del oficial.
-Señor, los Eldars han destruido al Lemman Russ con un arma extraña procedente de uno de esos blindados. Me parece que he visto una especie de forma prismática encenderse y expulsar un chorro de energía terrible.-Se hizo un silencio que puso la preocupación en las caras de los oficiales allí presentes.- Creo que al sargento Zhyk le han dado también, aunque han sobrevivido.
…..
Kal’iri, exarca de los Vengadores Implacables, atravesó la oscuridad con pasos gráciles, seguido de su escuadra. Llegaron hasta un conjunto de ruinas de gusto grotesco y se dispersaron por allí. Frente a él, el Serpent de los Dragones Llameantes atravesó la avenida como un rayo, ocultándose tras unas casas en ruinas. Pero justamente cuando Kal’iri admiraba la pericia del piloto y la bella superioridad de la maquinaria eldar sobre la de los monkeighs, vio cómo unos soldados de élite humanos, a juzgar por su armamento, aparecían de entre las sombras y abrían fuego contra el Serpent por su parte trasera. El gravítico sufrió una sacudida hacia el frente dando paso después a una explosión inferior que recorrió todo su casco. Los Dragones Llameantes se arrojaron al exterior segundos antes de que el vehículo se estrellase contra las ruinas.
El odio se acumuló en sus sentidos y con elegancia, comunicó a sus guerreros la orden de destruir a los autores de aquella barbaridad. Así, los Vengadores Implacables aparecieron de entre la oscuridad y abrieron fuego desde las ruinas sobre los humanos. Una auténtica tormenta de proyectiles afilados como cuchillas laceró los cuerpos de muchas de sus víctimas. Los supervivientes permanecieron firmes y cuando se disponían a responder a la agresión, un siseo múltiple inundó la escena cuando seis rayos de energía pura consumieron a los últimos humanos. Al amparo de la luz de las llamas del Serpent que ardía entre las ruinas, las figuras elegantes de los Dragones Llameantes hicieron acto de presencia. Con un rápido gesto, el Exarca de éstos agradeció a Kal’iri su ayuda. De repente, el chirrido de un obús a punto de chocar con la tierra hizo que Kal’iri diera a sus guerreros la orden de ocultarse entre las ruinas. Cuando la explosión posterior tuvo lugar, y había una relativa seguridad, el exarca pudo comprobar cómo de los Dragones Llameantes, sólo habían sobrevivido el exarca y otro integrante más. El resto habían sido literalmente evaporizados.
……
El Avatar de Khaine atravesaba los últimos metros antes de lanzarse a la carga contra sus enemigos. Los Guardias Imperiales de la línea primera empezaron a sentir el miedo cuando la figura llameante se acercaba prometiéndoles una muerte segura señalándoles con la punta de su espada. Taiar no pudo evitar pedir a su vocoperador una comunicación directa con el general Kenan.
-Señor, el Avatar se acerca hacia nosotros. Con respeto, señor.-Dijo Taiar mientras se apretaba el terminal contra la boca y se tapaba la oreja con la otra mano.- Hemos combatido a los Eldars en otras ocasiones. Sabe al igual que yo de lo que es capaz esa bestia.
-Sargento Taiar, cuando termine esto, quiero una reunión conmigo. No se atreva en lo sucesivo a sugerir nada a este mando. Cierro.- Fue la escuesta respuesta del general.
Acto seguido, en todos los terminales de los vocoperadores, fue recibida la misma orden: abatir al Avatar.
Cuando aquella abominación estuvo a tiro, el sonido de cerca de sesenta rifles láser abriendo fuego, acompañado por las detonaciones de los proyectiles de bólter pesado, presagió una lluvia de muerte que impactó en el cuerpo del demonio eldar. Algunos de los impactos lograron hacer que el Avatar se trastabillase, los procedentes de armamento más pesado arrancaron trozos de su armadura, aunque la mayoría de los disparos no surtieron efecto.
-Vamos, vamos, vamos.- Dijo Taiar mientras apretaba los dientes y encendía su espada sierra. Su cuerpo estaba en tensión. A pesar de la enorme cantidad de impactos recibidos, el Avatar era imparable.
En esos momentos, el Vanquisher del teniente Krysh, que había mantenido un duro duelo con el Prisma eldar durante toda la batalla, había decidido desvincularse de dicho duelo y prestar atención y ayuda a sus camaradas de infantería. Pivotó sobre su eje y cuando se puso a tiro, Krysh gritó las órdenes a los artilleros del blindado. Los bólters pesados hicieron grandes huecos en la coraza de fuego del demonio, y éste se encaminó hacia el Vanquisher con ánimos de vengarse del daño recibido.
Los Guardias Imperiales aullaron de alegría y reconocimiento al valor de Krysh, pero el miedo se apoderó de ellos al ver que el Avatar iba ahora a por su salvador.
En el interior del blindado, Krysh abandonó su puesto en la pequeñísima cubierta de mando y de un empujón quitó al artillero del cañón láser de su puesto. Después, tomó con ambas manos el control del arma y poniendo su ojo en el sistema telescópico del arma, fijó el blanco. Éste emitió un aullido de furia y desafío que retumbó en el interior del Vanquisher. La tripulación permanecía atemorizada y rezaba al Emperador.
Krysh rezó una rápida plegaria al Emperador y apretó el gatillo. Un haz de luz azul emergió del cañón láser y atravesó a gran velocidad los pocos metros que le salvaban del Avatar. El rayo impactó en la misma boca del Avatar y explosionó la cabeza de éste. Una explosión de llamas salió del cuerpo inerte de la criatura. Sus restos se habían apagado y permanecían calientes aún entre los escombros del suelo.
Los tripulantes del Vanquisher aplaudieron a su oficial.
Éste no pudo evitar echar la cabeza hacia adelante hasta darse con la frente en la enorme culata del cañón láser de forma suave.
Había estado cerca.

Mientras tanto, Stauppen permanecía en su puesto, pero el terror comenzaba a hacerse con él. Desde hacía media hora, sus hombres caían muertos de forma horrible cuando una lluvia de pequeñas cabezas explosivas con forma de misil caía sobre ellos. Poco antes, la unidad del Alfa del II Pelotón al mando del comisario Vereng había sido destruida por completo. En pocos segundos, él también se les uniría.
Stauppen abrió fuego con su pistola láser sobre los enemigos más cercanos, en un fútil gesto de desafío. Gritó con todo su odio mientras el cargador de su arma llegaba finalmente a cero. Sin nada más que hacer, y sintiéndose completamente indefenso, arrojó su arma. Abrió los brazos encomendando su alma al Emperador. Segundos más tarde, un racimo de esos pequeños misiles explosionaba en su cuerpo destrozándolo en miles de pedazos de carne y vísceras.
El flanco derecho imperial había sido desecho por completo.
…..

Ahora.
Dynenth recorrió con gracilidad los últimos metros hasta su objetivo. Sus guerreros le acompañaron sin demora.
En poco más de unos pocos segundos, los gráciles Escorpiones habían sembrado la confusión en la retaguardia imperial. La tripulación del Medusa, que alimentaban el enorme cañón de su blindado con obuses continuamente y sin parar, apenas se percató de su final cuando las filoarmas eldars segaron el hilo de sus vidas. Luego, el mismo Dynenth se encargó de destruir el blindado con un golpe de su Pinza de Escorpión. Después, de un salto, los integrantes de la escuadra se abalanzaron desde la plataforma de la Medusa hacia el alto mando imperial, aunque el fuego de la explosión consumió a uno de sus integrantes.
….
Kenan se dio la vuelta alarmado cuando el astrópata de su séquito señaló con un grito de terror a las figuras esbeltas y ataviadas con armadura verde que habían aparecido de improviso. Con poco tiempo, Kenan desenvainó su sable y la pistola láser, gesto que apenas pudieron imitar sus oficiales. Los Escorpiones Asesinos los atacaron con la rapidez de un rayo, y sus cuerpos inertes cayeron al suelo como hojas de un árbol en otoño. Sólo Kenan quedó en pie.
Señaló con la punta de su sable al que parecía el líder de esos guerreros. Éste, sin darle ningún tipo de cuartel, se abalanzó sobre él. Le golpeó en el cuello con su espada sierra con el brazo izquierdo, salpicando de sangre su armadura verde, y aprovechando la fuerza de su movimiento, osciló sobre su eje para dar un golpe de revés con el dorso de su Pinza de Escorpión al general imperial.
La cabeza de Kenan rodó por el suelo.
Los Ogretes que eran la guardia personal del general habían sido avanzados para hacer frente al Avatar si hubiese sido necesario. Al saber del asesinato de Kenan y sus oficiales, volvieron sobre sus pasos para dar caza a los autores del crimen. Presos de la furia, aquellas moles de carne abrieron fuego con sus destripadores sobre los eldars, reventando sus cuerpos. Sólo uno de ellos consiguió escapar.
….
Dynenth fue herido en el hombro derecho y prácticamente, su brazo colgaba inerte, unido por una estrecha masa de tendones y músculos destrozados y ensangrentados a su cuerpo.
Había conseguido su objetivo y logrado escapar cuando los Ogretes habían aparecido. Lamentó por un instante la muerte de sus guerreros y la pérdida de sus joyas espirituales, pero en esa ocasión, en aquella guerra, aquel sacrificio era necesario.
Los monkeighs eran incapaces de parar a los pieles verdes y además, no podían deshacerse de los esbirros del Caos. Si aquello no cambiaba la supervivencia del mundo de Emalien estaría en peligro, ya que la desestabilización del sistema Caladan permitiría a cualquier enemigo encontrar la ruta de la Telaraña que conducía al mundo astronave.
Dynenth no estaba dispuesto a que eso ocurriera.
A cualquier precio.
En la oscuridad de la noche, Dynenth se dirigió hacia la posición de salida, en la que un Serpent le recogería para trasladarle hacia la entrada a la Telaraña más cercana.
….
Al igual que aparecieron, los Eldars desaparecieron del campo de batalla al despuntar el alba del doble sol caladano.
El sargento Taiar recorrió el frente imperial de un extremo a otro acompañado de su pelotón de mando. Por el camino, los desastres de la batalla se hacían patentes. Columnas de humo se elevaban por cualquier sitio a donde alcanzase la vista. Al menos, por la zona del centro del despliegue imperial y el flanco izquierdo las bajas no habían sido numerosas, a excepción de la muerte del general Kenan y sus oficiales. Entró en la catedral y vio como los miembros de las escuadrillas de logística levantaban los cuerpos sin vida de todos ellos. El maestro artillero Morlir aún no había sido recogido. Parecía una marioneta cuyos hilos hubieran cortado y a la que posteriormente hubiesen tirado de cualquier manera entre los cascotes de la catedral. No pudo reprimir hacer un gesto de desagrado ante la escena.
Después, salió al exterior por el derruido muro sur de la catedral, que había sido el lugar donde el flanco derecho imperial había tomado posiciones. Allí la carnicería había sido dantesca. Los guardias imperiales de las diferentes escuadras habían sido destrozados de una manera cruel. Numerosas explosiones de pequeño tamaño pero extremadamente letales habían caído en ese lado llevando la muerte a todos los desdichados que allí se encontraban. Caminando entre los muertos, Taiar observó un trozo de placa pectoral identificativa que sólo podían llevar los oficiales. Hincó una rodilla y recogió el trozo, que estaba fundido por una de sus partes. Se aventuró a leerla.
Stauppen.
El joven oficial había muerto de una forma atroz.
Taiar miró al cielo ensangrentado de Gorsnor y se metió el trozo de metal en el bolsillo para dársela después a los logísticos. Pudo oír la voz del teniente Krysh detrás suya.
-Taiar, deje lo que esté haciendo. Me han reclamado desde el cuartel general y me traslado hacia allí en un Valkiria.- Taiar se dio la vuelta mientras se incorporaba de nuevo. Frente a él, el rostro de Krysh. Su ojo de cristal brillaba de manera antinatural entre el amasijo de carne cicatrizada de su lado derecho, mientras la otra mitad de la cara era la de un hombre de la misma edad que él. Aquello era el recuerdo que le había dejado la explosión del Chimera que pilotaba cuando era más joven. Cuando salvó la vida casi por un milagro.
-Sí, señor.- Fue la respuesta de Taiar.

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