domingo, 1 de noviembre de 2009

En el Ojo del Huracán.

EN EL OJO DEL HURACÁN.

La Sala de Teletransportación del Trono de Terra bullía con el ruido de las extravagantes máquinas que se encontraban allí. Un zumbido continuo y casi ensordecedor se había hecho dueño de la estancia, cuando la compuerta que daba acceso desde la sala de mandos se abrió, dejando el paso a cinco figuras enormes embutidas en una armadura de exterminador de color amarillo. La escuadra Arabia se preparaba para la teletransportación justamente hacia las coordenadas que el destacamento al mando del capitán Lysander había transmitido pocos minutos atrás. Los Puños Imperiales estaban dirigiendo una serie de incursiones de búsqueda y destrucción de las hordas orcas que se dispersaban desde los piedroz que habían caído de la órbita de Meridies a los desiertos ecuatoriales. Y en esa ocasión, precisamente en esas, los Puños Imperiales se batían a muerte entre las dunas contra los feroces pieles verdes, una vez más.

Los integrantes de la escuadra Arabia tomaron sus posiciones en los receptáculos para la teleportación. El sargento Tercio comenzó a recitar las Letanías del Odio, mientras los tecnoservidores en la sala de mandos manipulaban las runas y vigilaban que el proceso fuese perfecto, pues de su pericia dependería que héroes como los hermanos exterminadores de la escuadra Arabia cumplieran con su deber en el fragor de la batalla, en auxilio de sus otros hermanos.

Tercio miró por última vez a través de los visores de sus cascos antes de que el zumbido se incrementara y la realidad se desdibujara en cientos de miles de colores, para luego fundirse a la oscuridad y vislumbrar en ella un camino de luz que les guiaba a toda velocidad hacia un lugar desconocido. Los miembros de la escuadra podían escuchar los sonidos de los entes de la Disformidad clamando por ellos, intentando atraer su atención conforme pugnaban por atraparlos. Pero la luz del Emperador y la Fe en Él eran superiores a todo tipo de tentación, y los hijos de Dorn atravesaron el peligro sin debilidades.

Un golpe de luz y de repente, frente a él, Tercio pudo observar un mar de dunas ardientes bajo dos soles ecuatoriales inclementes. Uno a uno, el resto de sus hermanos exterminadores señalaban su materialización en aquel plano. Pero todo esto fueron sólo un par de segundos, los justos antes de que los orkos que se encontraban rodeándoles reparasen en su llegada.

-¡Hermano Gracus, abra fuego sobre el enemigo con su lanzallamas!- Ordenó Tercio por su intercomunicador mientras apuntaba con su espada de energía sobre los orkos que tenía enfrente. Aquellas criaturas iban armadas con un armamento muy pesado y estrambótico, que apenas les permitió moverse antes de que las llamas de prometio de Gracus los calcinase en poco tiempo entre terribles aullidos de dolor. Con precisión milimétrica, el resto de la escuadra Arabia abrió fuego con sus bólters de asalto sobre los supervivientes, destrozándolos en una lluvia de sangre y huesos rotos.- Bien hecho, hermanos. Prosigamos.

El paisaje era desolador. Extensiones casi infinitas de dunas alrededor de un escenario de batalla que era una auténtica carnicería. Multitud de kamiones orkos permanecían alrededor de ellos, reventados o volcados producto de las tremendas explosiones que las armas de los Puños Imperiales les habían producido. A su alrededor, esparcidos entre los cráteres de arena cristalizada por el fuego, restos de pieles verdes y algunos de éstos que pugnaban por sobrevivir. A trescientos metros de ellos, los orkos que habían logrado sobrevivir a la furia de los disparos astartes recorrían los últimos metros antes de abalanzarse sobre el resto de sus hermanos. Inspirado por la Justa Fe y encolorizado con Firme Rabia, Tercio avanzó un par de metros escoltado por sus hermanos, cuando pudo observar los restos de una cápsula de desembarco a cuyos pies se encontraban descuartizados varios hermanos de batalla.
-Desplegad en torno a ellos. Proteged a nuestros Hermanos caídos y venerad su valentía, hermanos.- Reconoció Tercio, mientras los Exterminadores tomaban posiciones para proteger los cuerpos caídos de la escuadra táctica Oceánica. En ese momento, un rugido de furia primaria brotó de una dunas calcinadas cercanas, dejando después ver las figuras de cinco pieles verdes (uno de ellos mayor que el resto armado con una terrible garra de combate) que se abalanzaban sobre ellos antes de poder abrir fuego sobre ellos. Tercio reaccionó rápidamente adoptando una posición defensiva y antes de que ni siquiera dos de los pieles verdes consiguiese levantar sus toscas armas, los abatió sin piedra, atravesando sus cuerpos como si fueran mantequilla con su espada de energía. El resto de los xenos avanzó y atacó a los Exterminadores con furia. El hermano Graco se defendió con su Lanzallamas bloqueando un golpe letal de un orko, mientras el resto de ataques rebotaban en la gruesa armadura astartes. La respuesta de los Puños Imperiales fue fría y cruel. Graco cogió por el cráneo a uno de los xenos con su puño de combate, cerrándolo y esparciendo los sesos del pielverde en la arena. Mientras, el hermano Solius atravesó con su puño sierra a otro piel verde. El Noble orko respondió pero falló estrepitosamente gracias a la pericia de los Exterminadores, quienes a pesar del peso de sus armaduras, eran sorprendentemente rápidos. El hermano Sempronius dio un golpe del revés con su puño de combate al noble orko, lanzándolo diez metros por los aires.
-Asegurad el lugar.- Dijo Tercio mientras contemplaba el lugar en búsqueda de más rivales. Un enorme buggie orko saltó rugiendo un cráter cristalizado al norte de su posición, abriendo fuego con sus akribilladorez sobre los exterminadores. Sin embargo, la mala puntería del orko que lo pilotaba hizo que ningún proyectil dañase a los exterminadores. Poco después, el hermano Solius se abalanzaba sobre el vehículo y lo destruía con su puño sierra conforme este pasaba por encima de él. El buggie estalló en pedazos por encima de las cabezas de la escuadra Arabia, sin daños para ninguno de sus integrantes.
-Bien.- Valoró secamente Tercio. Después, se puso en contacto con el hermano capitán Lysander.- Hermano Capitán Lysander, la escuadra Arabia ha tomado la posición y hemos recuperado los cuerpos de nuestros hermanos de la escuadra táctica Oceánica. Permanecemos a la espera de más órdenes.
-Controlar la posición. Esto está a punto de terminar, Hermano Tercio. Buen trabajo.- Fue la respuesta parca en detalles de Lysander.

Mientras, en el otro punto del campo de batalla, un matazanoz orko lideraba una peña de chikoz duroz a través de un oasis después de que su kamión fuese destruido por un impacto de proyectil whirlwind. Un Land Raider les salió al paso dejando salir a la escuadra Finlanda, que armada con cuchillas relámpago y martillos trueno cargó sobre aquellos orkoz que eran ya los últimos supervivientes de su horda original. Parecía como si aquellos pieles verdes luchasen por algo parecido al orgullo aunque lo desconociesen, puesto que el ataque de los Puños Imperiales los había diezmado en poco tiempo a menos del diez por ciento de sus guerreros. Los hermanos de la escuadra Finlanda fueron derrotados por la peña de chikoz duroz liderada por el matazanoz. Eso fue lo que había visto Lysander mientras comandaba directamente a los hermanos de la escuadra táctica Itálica y el odio prendió en el espíritu lacónico de Lysander, que ordenó a sus hermanos avanzar sobre los chikoz duroz para vengar a los integrantes de Finlanda. Mientras, el hermano Dreadnought Varrus despedazaba sin piedad al kaudillo orko, separando su tronco de sus piernas de un tremendo impacto de su puño. Los hermanos Devastadores de la escuadra Argentinata abría fuego con sus bólters pesados y sus lanzamisiles sobre los Chikoz Duroz, abatiendo a varios de ellos antes de Lysander y sus marines abriesen fuego con sus bólters destripando a un par más. El matazanoz y los últimos pieles verdes que le acompañaban se abalanzaron contra la escuadra Itálica. Y en ese momento, por detrás de las filas imperiales, un grupo de orkos liderado por un noble arremetían por la retaguardia de la Itálica.

Lysander tranquilizó a sus guerreros recitando las Letanías del Odio mientras el impulso orko se frenaba. La mayor parte de la escuadra Itálica cayó en ese combate, pero la respuesta de los supervivientes potenciada por Lysander fue idéntica en virulencia. Las servoarmaduras amarillas de los Puños Imperiales aparecían manchadas de sangre en aquel mar improvisado de golpes y tajos terribles entre los últimos pieles verdes y los Astartes. El hermano dreanought Varrus ayudó a sus hermanos en apuros, al igual que los hermanos devastadores de la Argentinata y un grupo de exploradores, que se sumaron a la refriega. Al final, los últimos orkos fueron cayendo. Sin embargo, Lysander dio órdenes al resto de sus hermanos para que le dejasen al matazanoz orko. Esta criatura, lejos de amedrentarse, seguía luchando y había abatido a dos marines más que se dolían a sus pies. Aquella imagen fue suficiente para que la furia de Lysander se desatase.

Cargó con el escudo tormenta por delante al matazanoz, que dio varios pasos hacia atrás. Suficientes para que abriese sus defensas, momento justo que Lysander aprovechó para haciendo alarde de sus cientos de años de combate como elegido del Emperador y Dorn portando el Martillo Trueno del Primarca, dirigiese dos golpes precisos contra el pecho del orko. Con el primer impacto el brazo mekániko del piel verde fue seccionado a la altura del pecho llevándose también trozos de éste y haciéndolo volar metros por encima. Con el segundo, sobre el cráneo del orko, introdujo la cabeza del matazanoz en el suelo arenoso del desierto ecuatorial.

Los Puños Imperiales se arrodillaron ante su Lysander y comenzaron a rezar lentamente las Gracias al Emperador y las Odas Fúnebres a los hermanos Caídos en batalla.

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